Autoras: Dobely Acevedo y Yadernny Domínguez
La revista “el profesorado” una revista de currículum y formación de profesorado, por Susana Tamayo Lorenzo (2017), nos habla sobre “la dislexia y las dificultades en la adquisición de la lectoescritura”, cuyo concepto, dificultades, tipos y proceso lecto-escritor serán tratados en el siguiente informe. Por ello, se parte de que para los niños con dislexia, el aprendizaje de la lectura supone una barrera en el desarrollo académico y personal; por lo tanto, es de vital importancia la prevención, detección temprana y la pronta intervención.
La autora inicia hablando sobre el lenguaje oral, el cual forma parte del bagaje genético (herencia genética) del ser humano y que este se desarrolla con facilidad y rapidez a pesar de ser complejo, muy diferente al lenguaje escrito, debido a que este no forma parte de nuestro bagaje genético, por lo que nuestro cerebro no está programado para adquirirlo. Por este motivo Benedet, (2013) nos dice: “que no es normal que los niños aprendan a leer y escribir sin recibir una instrucción más o menos formal, pues a través de esta el cerebro va creando las redes neuronales necesarias para sustentar estas habilidades”.
Los diferentes idiomas del mundo tienen distintos sistemas de escritura. Muchos, aunque no todos, tienen un escritura alfabética, los cuales cuentan con distinto grado de regularidad fónica, considerándose como las mayores dificultades en estos casos; la velocidad lectora y en el aprendizaje de la variabilidad ortográfica (Jiménez y Hernández, 2000).
Por otro lado, según la autora, las definiciones clásicas de la dislexia parten de la discrepancia entre la habilidad lectora y la habilidad cognitiva general, en el 1968 la Federación Mundial de Neurología la definió como un problema caracterizado por un déficit en el aprendizaje de la lectura a pesar de que los niños reciban una educación normal, posean una inteligencia normal y pertenezcan a un estatus sociocultural adecuado y La Organización Mundial de la Salud, a través de la CIE-10 (Clasificación Internacional de Enfermedades, 1992), incorporó la dislexia en el apartado de trastornos específicos del desarrollo de las habilidades escolares, adoptando el término “trastorno específico de la lectura”. Logrando así que esta pasara a tener un tratamiento más especializado y ser considerada como un trastorno “específico”.
La Asociación Internacional de Dislexia (IDA) define la dislexia como una dificultad específica del aprendizaje de orientación neurológica que se caracteriza por dificultades de precisión y fluidez en el reconocimiento de palabras y por problemas de decodificación y deletreo.
Sin embargo, desde una perspectiva conductual, autores como Aragón y Silva (2000), recalcan que un niño “disléxico” no es aquel que no ha aprendido o que no posee la habilidad de leer y escribir, sino que un niño “disléxico” es aquel que ha aprendido de manera deficiente, cometiendo errores en su lectoescritura (confundiendo grafemas y fonemas). Por tanto, ya no se hablaría de niños “disléxicos” sino de niños que cometen errores de tipo disléxico en la lectoescritura, considerando estos errores como el problema que hay que tratar y no como los síntomas de una enfermedad subyacente.
Los estudios de Vellutino (1982), presentados en el texto, demostraron que los problemas de las personas con dislexia no eran de tipo perceptivos sino lingüístico ya que, cuando Vellutino presentaba a los niños las letras con las que frecuentemente se confunden (“b”/”p”, “p”/”q”, etc.) para que las escribieran, los niños no tenían ningún problema, el problema surgía cuando tenían que leer en voz alta esas mismas letras, de igual manera autores como Frith, (1999); Reynolds, Nicholson y Hambley, (2003) o Thomson, (1999) mantienen que la dislexia está causada por un déficit en el sistema fonológico del procesamiento del lenguaje, que originaría dificultades en la segmentación, la repetición de pseudopalabras y palabras poco usuales y combinaciones de letras poco frecuentes, dificultades en la memoria verbal a corto plazo, denominación rápida (sobre todo de colores, objetos y letras) y problemas atencionales.
La hipótesis del déficit específico del habla, que la autora nos presenta, se apoya en los estudios que muestran que las personas con dislexia no tienen problemas en la discriminación auditiva general sino problemas específicos en la percepción de palabras y fonemas, pues según la investigación realizada por Ortiz et all. (2014) los niños con dislexia presentan dificultades en el procesamiento temporal independientemente del grado de similitud entre los pares de sílabas.
Centrándose en varias hipótesis comúnmente se diferencian dos tipos de dislexia, según Manis, Seidenberg, Doi, McBride-Chang y Petersen, (1996); Manis, Seidenberg, Stallings, Joanisse, Freedman, Curtin, Keating, (1999): dislexia fonológica y dislexia superficial.
Según la autora, en el caso de la dislexia fonológica, la persona muestra dificultades en el mecanismo de conversión grafema-fonema por lo que tienden a emplear la ruta léxica, en cambio en el caso de la dislexia superficial, tienden a emplear la ruta fonológica por lo que normalmente son incapaces de reconocer la palabra como un todo, sino que tienden a la regularización de las palabras. Pero, según Serrano y Defior (2004) también existen casos de disléxicos mixtos, en los que de dan déficits de los dos tipos (fonológico y superficial).
Por otro lado, la autora nos habla sobre el inicio del proceso lectoescritor y sus prerrequisitos, citando a Benedet (2013), quien indica que para abordar el aprendizaje de la lectura el niño debe estar preparado para ello. Si iniciamos el proceso de adquisición de la lectoescritura sin que el niño esté preparado para ello, se puede favorecer el desarrollo de una “dislexia secundaria” al déficit de cualquiera de los prerrequisitos previos o una “dislexia funcional”.
Finalmente, Benedet (2013) en conjunto con autores como Guerrero (1992) destacan una serie de prerrequisitos para poder iniciar el aprendizaje lectoescritor, entre los que se destacan: el lenguaje oral, la percepción y discriminación visual, la percepción y discriminación auditiva, el adecuado nivel de grafomotricidad y coordinación visomotora, el desarrollo de las habilidades necesarias para el aprendizaje, atención y memoria normales y por supuesto, la madurez emocional necesaria para desearlo, es decir, la motivación.
Del texto Independientemente de la perspectiva adoptada, lo fundamental es considerar el proceso lector sustentado en una serie de habilidades y capacidades cuyo desarrollo no sea una condición si no el inicio del proceso lectoescritor. Debido que a pesar de un buen desarrollo de las capacidades y habilidades previas surgen dificultades y errores, lo fundamental para el docente es valorar si éstos se manifiestan a nivel visual, a nivel auditivo o a ambos niveles para, consecuentemente, implementar un tratamiento función de la dificultad. De la precisión e inmediatez de la detección de las dificultades dependerá, en gran medida, su evolución.
Refrencias
Tamayo L. S (2017) La dislexia y la dificultades en la adquisición de la lecto escritura. En Profesorado, Revista de Currículum y Formación de Profesorado. vol. 21, núm. 1, 2017, pp. 423-432 Universidad de Granada Granada, España.